martes, 13 de octubre de 2009

Desde mi ventana: Una noche sin estrellas.

El reflejo de las luces azules y rojas se colan por las ventanas que dan al oscuro callejón. A lo lejos se escucha el sonido de las sirenas retumbando en el frío y pesado ambiente. Como en una sucia arena romana que clama por sangre, los espectadores se agrupan junto a las barricadas y las señales de no cruzar. Han escuchado los disparos, y ahora buscan los mejores sitios. Ellos saben que es cuestión de esperar, tarde o temprano uno de los dos tipos que entraron al viejo restaurant saldrá en una bolsa plástica.

Los francotiradores se colocan en posición. Sus armas ya están sobre la azotea. Una señal es todo lo que ocupan para acabar con esta triste novela de una vez por todas. El tiempo es nuestro segundo enemigo, el primero al que enfrentamos se pasea por los pasillos de este viejo edificio. Para él no hay prisa. El paso de las horas no merma su espíritu. Los francotiradores solo necesitan un movimiento en falso y podrán regresar tranquilamente a sus hogar, a compartir con sus hijos y sus mujeres. Nuestro antagonista necesita menos que eso. El más mínimo signo de debilidad será el detonante de nuestro infortunio. No podemos darle la dicha de disfrutar esa oportunidad.

Las horas pasan lentamente. Miles de preguntas retumban en las profundidades de nuestro ser. ¿Cuantos tiros han salido de su carabina? ¿Cinco? ¿Seis? Los rastros de sangre empañan nuestras manos y se colan por las vendas que cubren nuestra chaqueta. Es imposible pensar con claridad. El sol se pone sobre nuestro rostro y la duda carcome cada centímetro de nuestra mente. ¿Como saldremos de este lugar?

La realidad nos golpea de frente.
Se han acabado nuestras alternativas. Mi padre tenía razón. Un hombre a quien el mar le corta el paso ha de sacrificar su escape arriesgandose en el acantilado, pero para eso, debe combinar su fuerte deseo de vivir con la despreocupación por un fatídico deceso. Ese es el verdadero valor. Anhelar la vida como el agua, y estar dispuesto a tomar la muerte como el vino. Es la situación a la que nos enfrentamos. Luchar o morir.

Los espectadores tienen razón. Uno de los dos saldrá en una bolsa plástica. No seré yo. Como en toda batalla, quien este dispuesto a entregar su vida es quien la conservara. El tiempo se acaba. Le oigo caminar por los pasillos. Ha llegado nuestro momento. No hay espacio para la duda y los temores. No podemos seguir posponiendo esto. Es hora de acabar con nuestro enemigo interno.

Una sola bala. Un solo disparo. Un único sobreviviente.

P.Vargas
Rincón de un escritor

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Dame una pluma y un papel y te escribire la mayor y más emocionante historia que jamás hayan contando: Mi autobiografía.
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